jueves, 19 de julio de 2018

Certezas


El precio a pagar por la vida
es la muerte.
Miro lo agónico del mañana
que se escapa entre mis párpados
y me noto ciega y sola.

Quiero amanecer con los bolsillos
llenos de sangre
a la que no deberle un río
al que desembocar.

El sueño siempre es mejor,
es la única certeza,
es todo lo que me queda.

El aire de unos pulmones de talco
ya no sabe escapar de su prisión
ficticia.

Efecto placebo,
concordancia última,
decadencia primera.
Fin del único acto.

martes, 27 de marzo de 2018

Han pasado 7 meses

Han pasado 7 meses desde la última vez que subí algo a esta plataforma, por lo que supongo que se ha convertido en una página en estado de abandono temporal.

Lo cierto es que no sé si esto es una especie de "carta de disculpa" o algo similar. No lo creo, ni lo quiero así. No he publicado en estos meses por multitud de motivos que, a mi parecer, carecen de importancia ahora. No puedo prometer que devolveré la regularidad previa (igualmente inexistente) de subidas al blog, desde luego, pero creo que está pagina moribunda aún puede ser útil para alguien, sea quien sea.

Dicho esto, creo necesario reconocer que aunque mi abandono temporal no ha sido una pretensión mía, me va a ser de bastante utilidad. Al haberse vuelto una página fantasma, seguramente nada de lo que suba a partir de hoy tenga la visibilidad de otras entradas, y eso, sinceramente, es algo que ahora mismo agradezco.

Dándome cuenta ahora de que esta página me pertenece (algo que no es cierto más que simbólicamente), creo necesario reconvertirla en un espacio más libre de mí y de todo lo que arrastro, incluso si eso no es posible. Es por ello que a partir de ahora pretendo usarla no como un diario o un cuaderno de poemas, sino como un desván en lo que dejaré tirado simple y llanamente lo que a mí me venga en gana, sin tener un "cuidado" (o una preocupación desmesurada en ocasiones) de su valor literario. Me pregunto porqué le doy tantas vueltas a todo.

Creo que no hay más que decir.
Hasta nuevo aviso,
Marta.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Poema: El caminar

El caminar:

Me desperté un día
blandiendo la espada
del deshonor
y gritando que era mía.

Me levanté
y en mi estandarte
solo quedaba sangre seca,
sangre anónima
y el sabor de la vergüenza,
que dejaba llagas en mi boca,
y sueño en mi cama del
eterno cansancio.

Cogí todo lo que una vez perdí
y me lo eché a los hombros,
quitándome todo el peso
que siempre he sentido.

Ahora camino moribundo,
siendo traidor de un mundo
que busca
los juramentos de quién sufre,
la lealtad del desarraigado
y la muerte como máxima promesa.

Anocheceré
hereje
y
amaneceré
salvador.

Quizás no del mundo,
quizás solo de mí mismo.

Pero mi espada será mía,
y estandarte me vestirá,
y todo lo que perdí
viajará siempre conmigo.

viernes, 28 de julio de 2017

Elecciones sin azar



Elecciones sin azar
Elegí ser el crisol del día
que renace cada mañana
para poder ser la guía
de la noche tardía
y del alba temprana.

Elegí ser camino
de quien recorre vacío,
los senderos del destino
a destiempo y con desatino,
con el alma helada y los pies fríos.

Elegí ser fiel a mí misma
porque todas las sombras parecen una sola,
con sobra de apatía y falta de carisma,
y con un mártir del falso sufrimiento
que a sí mismo se inmola.

viernes, 14 de julio de 2017

Relato: El piano



Se dice que cuando un pianista abandona a su piano, como quien abandona a un compañero de viaje; lenta, desgarradora, y sobretodo fríamente, el maravilloso instrumento se entumece desde dentro hacia fuera.

Sus cuerdas palpitan nerviosas ante el silencio, se vuelven los tejidos de un corazón angustiado que sólo tiene ojos para el reloj y boca para el suspiro. Aquellos finos hilos, apartados ahora de su única razón de ser, ansían tanto vibrar llenos de éxtasis, que tiemblan de pavor ante la ausencia de un amigo fiel. Emiten un falso quejido, casi inaudible. Y se tensan. Y se aflojan. Y buscan un cosquilleo artificial que les recuerde su verdadero ritmo, su verdadero pulso. Al no encontrar una melodía a la que apegarse ni un cataclismo final sobre cuyos escombros dormirse, terminan por acobardarse, y romperse, pues prefieren no oír nada más, que volver a oír la nada. 

La tapa del maravilloso piano, se encuentra tumbado desde hace tiempo sobre las cuerdas, pues no había ya razón alguna para erguirse. Cuando ésta oye las cuerdas agonizar, comienza a construir surcos en su interior, para dejar paso al aire que tanto cree que las cuerdas necesitan. Esto, evidentemente, resulta ser en vano. Atormentada por la visión de las cuerdas en sus últimos momentos, la tapa comienza a susurrar un suave lamento en forma de crujidos, intentando llamar así a su ahora falso dueño. Nada funciona. El piano comienza a asemejarse a un cristal mal pulido, a un material sin forma ni vida, a una fragilidad inmóvil que carece de razón. Todo ocurre de dentro hacia fuera, y todo sucede sin descanso.

Las teclas son, verdaderamente, las que más sufren, más incluso que las cuerdas. Para ellas, el artista era su profesor, aquél que las había enseñado a danzar, quien las había domado y demostrado su potencial. También había llegado a ser un amigo, un confidente, un amante. No había secretos entre ambos. Desde el suave deslizar de sus dedos, colmados de emoción contenida, hasta los golpes de sus puños, no violentos, sino frustrados, todo aquello que sólo ambos compartían, era un recuerdo doloroso y que comenzaba a marchitarse. Las teclas lloraban en silencio, añorando las manos que las desgastaban y que las daban vida. Su danza era ahora un movimiento estático que parece no tener fin, y que sin embargo avanza de forma más y más caótica en su quietud. Notando los lamentos de la tapa, y el tenebroso silencio de las cuerdas, las teclas se juntan, dándose cobijo las unas entre las otras, y buscando el calor que ahora ellas ni sienten en sí mismas, ni podrán ahora despertar en nadie. Las teclas son ahora un ser y no ser de negras y blancas, de sostenidos y bemoles, de nada.
La certeza de su abandono es lo que más asusta al pobre piano, y su fragilidad comienza a asomar, tímida. 

Se dice que las patas del piano sólo logran oír el desastre de su soledad cuando ya es demasiado tarde. Cuando las cuerdas no son más que restos de sí mismas, la tapa no es más que un crujido intermitente que trata en vano de llenar el vacío, y las teclas no tienen dónde cobijarse más que en sí mismas; en ese momento las patas contemplan los grilletes que las aprisionan y que llevan como nombre la palabra maldita de cualquier instrumento “olvidado”. Poco a poco, se arrodillan ante su condena, y dejan volar las astillas que se desprenden de su rendición.

El piano cae, en el olvido. El piano ya no es más que los restos de un alma abandonada a su suerte, que llora en silencio todas las melodías que ya no puede cantar. De dentro a fuera no hay en él más que escombros de un recuerdo.

El pianista, nunca vuelve. El piano, jamás vuelve a ser.

Al menos, eso es lo que se dice.